
León Trotsky, un revolucionario de nuestra época
Cuando la pica de un asesino sin paralelo  ponía fin, hace setenta años, a la vida de León Trotsky, se producía el  crimen de lesa humanidad por antonomasia. El ingreso de la humanidad a  la mayor barbarie de su historia exigía el aniquilamiento de todos  aquellos verdaderamente capaces de ponerle un fin por medio del arma ya  probada de la revolución proletaria.
 El asesinato de Trotsky  tiene lugar en un definido cuadro contrarrevolucionario mundial: las  victorias del fascismo, el franquismo, el nazismo y el stalinismo.  Estamos en las postrimerías del pacto Hitler-Stalin y en las vísperas de  la invasión hitleriana a la Unión Soviética - el escenario de la  primera gran revolución obrera de la historia. La escuela del asesino de  Trotsky son los crímenes contra los revolucionarios anarquistas y  socialistas cometidos por el stalinismo (en primer lugar, Victorio  Codovilla, jefe del partido comunista de Argentina), para evitar un  segundo Octubre en la España revolucionaria. Antes la victoria del  franquismo que  una segunda revolución proletaria - que efectivamente  hubiera bloqueado la segunda guerra mundial y cambiado el rumbo de los  acontecimientos. Destrozar los cerebros de la revolución curtidos por  cuatro décadas de lucha revolucionaria se había transformado en la tarea  urgente de la contrarrevolución internacional. Para allanar el camino a  la guerra, había que destruir antes a quienes podían transformarla en  una guerra civil internacional. Ninguna ‘comunidad internacional' se  alzó entonces para declarar la imprescriptibilidad de esos crímenes, los  más imprescriptibles de todos porque no serán zanjados en los  tribunales de justicia sino en los campos de batalla de la historia. En  los años 36-38, Stalin acababa con todo el comité central viviente que  había dirigido la revolución de Octubre. La mueca de la historia,  implacable ella, había puesto al frente de los tribunales al mismo  Vischinsky, un ex menchevique, que en marzo de 1917 había pedido la  captura de Lenin (para su eventual fusilamiento) bajo la acusación, en  plena guerra, de agente alemán. Este verdugo de todas las estaciones  alcanzó su obsesión dos décadas más tarde bajo la batuta de Stalin. El  asesinato de Trotsky no ocurrió fuera del tiempo y el espacio sino en  condiciones políticas precisas, cuando, solo, se erguía como el último  baluarte de la revolución contra la barbarie en marcha de la ilustrada  burguesía internacional. El asesinato de Trotsky - el único que previó  el holocausto judío apenas Hitler venció, sin resistencia, al  proletariado alemán  por culpa de sus organizaciones-  es una pieza  política fundamental en el engranaje de la guerra mundial. Esta es la  caracterización siempre ausente en el elogio que le prodigan sus  epígonos y en los insultos de quienes temen más que nunca su legado. En  la pelea contra su asesino hasta capturarlo, Trotsky emerge, hasta su  último suspiro, como el gigante del proletariado revolucionario.
 Un siglo
 Con  León Trotsky desaparece la última figura de intelectuales y  organizadores revolucionarios socialistas, que debuta con Carlos Marx y  las revoluciones europeas de 1848. Durante cien años, la historia del  proletariado tuvo su epicentro en Europa y la guía del marxismo. Fue un  siglo de discontinuidades, de choques ideológicos y de escisiones  históricas - pero cada fase de ellas, así como sus protagonistas, tenía  por referencia al marxismo. Con la ventaja de la perspectiva que da el  tiempo, sabemos que en los 70 años posteriores no surgió ningún  intelectual-organizador de la talla de Trotsky, Lenin, Rosa Luxemburgo o  incluso Gramsci (que se esfuerza por pensar como marxista en la celda  del fascismo, hostilizado por el stalinismo). Se produce, desde los '40,  una laguna histórica en la proyección del marxismo. Este pasa al campo  académico, donde siempre había sido rechazado, y abandona la lucha de  partido, con lo cual pierde su condición revolucionaria - la academia  interpreta la historia pero no pretende transformarla (y la mayor parte  de las veces no pasa de una interpretación de textos, algo así como el  onanismo intelectual, por lo que ha hecho un culto del repudio a la  construcción de partidos revolucionarios). Sin temor al ridículo, el  intelectual de centroizquierda se presenta como una ‘variante del  marxismo' y hasta como ‘posmarxista'. Las discusiones entre grupos o  partidos, por su lado, se fueron convirtiendo en bizantinas, por eso  degeneran rápido en escisiones estériles. El proletariado de los países  industriales pierde el protagonismo mundial que lo caracterizó en los  cien años previos. Se producen interregnos (el mayo francés, el otoño  italiano), pero tampoco bajo la influencia del marxismo. Los  levantamientos coloniales proyectan un nuevo tipo de dirección política,  cuyo lado más débil, el ideológico o programático, conquista a la  intelectualidad pequeño burguesa. Es lo que aún ocurre, por ejemplo, con  los movimientos que plantean limitar la globalización o con el  chavismo. Las esfuerzos gigantescos que ha realizado el proletariado  desde su ingreso en la historia para emanciparse como clase y las  enormes derrotas que siguieron a sus tentativas más osadas han dejado  huellas profundas en su conciencia - que los académicos atribuyen a lo  que llaman "los treinta años gloriosos" de recuperación del capitalismo  en la posguerra, como si a partir de los aún "más gloriosos", desde 1850  a 1914, o aun de 1890 hasta la primera guerra, la clase obrera no se  hubiera afirmado como una clase con conciencia histórica propia y  forjado enormes organizaciones socialistas.
 Necesitamos nuevos  Trotsky. Para ello deberán recoger el desafío de comprender el alcance  histórico de la bancarrota capitalista mundial (y dejar de lado a los  que esgrimen frustraciones pasadas para deshojar la margarita sobre su  perspectiva), así como el de la entrada en escena de los nuevos  contingentes gigantescos del proletariado de Asia - y pulir las armas  para una lucha revolucionaria que deberá ser decisiva. Como siempre, el  proletariado más joven reanimará las fuerzas de los más antiguos. Marx  ya había señalado que el proletariado deberá aprender de sus derrotas;  que el trabajo de la historia es, muchas veces, extremadamente lento,  observaba Trotsky; que a cada derrota hay que oponer un nuevo comienzo.  Nos apropiamos efectivamente de la consigna de Rosa Luxemburgo:  Socialismo o Barbarie.
 De pronósticos y perspectivas
 El  punto de partida inconmovible de una estrategia revolucionaria es la  caracterización de la declinación o decadencia del capitalismo. Esta ha  sido la base fundamental de los planteos de Trotsky, como antes fueron  los de Lenin y Luxemburgo. El estadio actual de la humanidad confirma  esta tesis. Al lado de la bancarrota mundial se desenvuelven guerras  cada vez más atroces y se anuncian otras aún peores. La declinación  irreversible del capitalismo es la base histórica de la revolución  social.
 Los últimos treinta años fueron testigos, sin embargo, de  un proceso aparentemente inverso: la restauración del capitalismo en  aquellas naciones en que el capital fue expropiado por medios  revolucionarios. Para un trotskista es un lugar común decir que se trata  de la confirmación de uno de los pronósticos condicionados más  brillantes de Trotsky. Durante medio siglo, sin embargo, el 90% de los  trotskistas ignoró este pronóstico. Ahora lo reivindica como ocurre con  un hecho consumado. Pero como ocurre con los pronósticos realmente  fundados, éste se ha confirmado a su propia manera. Los epígonos lo  repiten sin entenderlo.
 Es incuestionable que la restauración  capitalista ha abierto un campo enorme a la expansión del capital  mundial, pero al mismo tiempo ha acelerado el desenvolvimiento de la  crisis mundial del capitalismo. China es un mercado para el capital  mundial, pero al mismo tiempo un factor de agudización de la rivalidad  capitalista y de potenciación de la sobreproducción. La restauración ha  ampliado el campo de operaciones del capital al mismo tiempo que la  proyección de su crisis, pero además ha ampliado también el campo de la  revolución mundial por medio de la creación veloz de un proletariado  enorme y de la confiscación de las masas campesinas. Es cierto,  asimismo, que el Estado chino ha pasado a girar en la órbita del capital  financiero, pero la restauración no tiene lugar en un marco colonial,  como ocurría en el pasado, sino bajo el arbitraje de un Estado surgido  de una revolución que conserva la unidad nacional que fuera destruida,  en el pasado, durante dos siglos. La restauración capitalista en China  ha sido forjada por un compromiso entre la burocracia y el imperialismo -  no por una imposición unilateral de éste, como hubiera ocurrido en las  condiciones históricas en que Trotsky formuló su pronóstico para la  URSS. En el caso de ésta, la restauración ha sido incluso mucho más  catastrófica, pues a diferencia de China ha lanzado al país al  subdesarrollo. La burocracia ha reemplazado, con la restauración, la  pretensión de construir "el socialismo en un solo país" por las ventajas  de la integración al mercado mundial; se ha desembarazado de su "utopía  reaccionaria", no como resultado de una revolución, sino de una  contrarrevolución. Ha zafado de un nuevo colonialismo para ingresar a  una dependencia financiera que la condena a la alternativa entre caer en  ese colonialismo o salir por medio de la revolución social. La  restauración capitalista ha resultado, en definitiva, en una combinación  especial de las tendencias analizadas en el pronóstico de Trotsky. Sin  embargo, esta misma combinación particular, que permite presentar a la  restauración como un éxito en lugar de una catástrofe, demuestra que su  tendencia de conjunto no va en el sentido de darle al capitalismo un  segundo empuje histórico sino de agudizar sus contradicciones mortales y  reabrir la perspectiva de la revolución social.
 La V Internacional
 No  ha pasado un año de su anuncio y la V Internacional chavista ya es un  embuste. En su pretensión de superar a la IV Internacional, proclamada  por Trotsky, fue apoyada por trotskistas de `fuste`, como El Militante  de Alan Woods, el NPA de Krivine-Beçansenot y varios morenistas locales.  El inspirador de la maniobra, Hugo Chávez, se está abrazando por estos  días con un verdugo de los colombianos para establecer ‘una seguridad  democrática' en la frontera común. Esta V nonata viene al caso para  entender por qué León Trotsky consideró la fundación de la IV  Internacional como una tarea imprescindible e histórica. Se trataba de  defender con los últimos recursos la mayor conquista del proletariado  mundial, el internacionalismo, ante una perspectiva histórica incierta,  entre la barbarie y la posibilidad de una nueva revolución social. La IV  Internacional tiene un lugar histórico único - dejar a las generaciones  siguientes los instrumentos más desarrollados del proletariado mundial  en las vísperas de una tragedia. Ha sobrevivido como programa, o sea  como orientación estratégica, a toda clase de alternativas y tentativas.  Es obvio que su apuesta histórica sigue abierta; no realizó sus  objetivos en 80 años, pero sigue presente en miles de militantes en el  mundo entero, muchísimos más de los que la fundaron, y lo que es más  importante, como única representación conciente del socialismo  revolucionario. Es necesario que se zambulla sin reticencias en la  crisis mundial y en las luchas y levantamientos que surgirán de ellos  inevitablemente.
 El Programa de Transición
 El  proletariado de todos los países no podrá encarar los desafíos que  plantea la bancarrota mundial si no se apropia del programa de  transición, el programa de fundación de la IV Internacional. No salió de  la nada - fue el resultado de dos décadas de lucha en las condiciones  de la bancarrota mundial precedente, la que partió del fin de la primera  guerra hasta el comienzo de la segunda. Cada una de sus  reivindicaciones tiene un acta de nacimiento en el combate. El núcleo  poderoso de este programa es el siguiente: cuando la humanidad parece  encontrarse en una situación sin salida; cuando el capital proclama que  la única salida deberá ser pavimentada con el sacrificio sin precedentes  de millones de trabajadores; en circunstancias semejantes, el programa  de transición señala la salida y todos los caminos que conducen a esa  salida. El programa de transición señala las reivindicaciones  co-ti-dia-nas (esto es lo fundamental) que permite a la clase obrera  oponerse a las exigencias de sacrificios del capital y oponer medidas de  salida a la crisis a cada una de estas exigencias. Arma al  proletariado, en primer lugar, para una lucha diaria, frente a  conflictos parciales, para toda ocasión de enfrentamiento. Pero, a  diferencia del reformismo vulgar, señala el camino a seguir ante la  resistencia inevitable del capital ante cada una de las reivindicaciones  obreras; o sea que al método para abordar la crisis desde el punto de  vista de las masas, le suma, en íntima relación, el método para quebrar  la resistencia del capital a los reclamos y movilizaciones de los  explotados en cada circunstancia de la lucha. Es a partir del desarrollo  de esta experiencia que hace emerger la necesidad de la lucha por el  poder. Con el mismo procedimiento convoca a todas las organizaciones en  lucha a pelear por el poder - a constituir un gobierno obrero y  campesino, un gobierno de trabajadores, que realice las reivindicaciones  que fueron desarrolladas en el curso de la lucha. Frente a estas  organizaciones, el programa presenta a los partidos de la IV  Internacional como los consecuentes en la comprensión del objetivo  general: el establecimiento de la dictadura del proletariado (este es el  sentido que para la IV Internacional tiene el gobierno de la clase  obrera) para quebrar definitivamente a la dictadura del capital y al  capitalismo.
 ¿Quién puede negar la actualidad de este programa?  Los Trotskys del siglo que se ha iniciado se forjarán por el camino que  conduce a su victoria.